
La Academia de Avellaneda hizo gozar a sus hinchas. Convirtió cuatro goles después de una eternidad, bailó a Rosario Central y ratificó que tiene juego como para evitar dramas con el promedio.
El hombre subió al auto con su hijo, puso la radio bajita, dobló por la Avenida Mitre, tomó impulso, juntó aire, pero no supo de qué quejarse; a poquitos metros, en un colectivo que reventaba de gente, un flaco de sangre joven, con la de Racing colgada al hombro, miró a un amigo fana como él y no tenían a quien putear; por la vereda, a paso lento, caminaba un abuelo de mil batallas racinguistas, de ésos que viven en el barrio y no entienden qué hacer en sus casas si tan cerquita juega la Academia, y no encontraba ni un motivo para estar decepcionado...
Hubo una vez un día en que todos los hinchas de Racing, desde el más grande hasta el más chico, se fueron de la cancha felices, orgullosos como siempre pero serenos como casi nunca, o como nunca en los últimos tiempos, con el tensiómetro marcando una presión lógica, con la esperanza plena de que todo es posible con una noche como la de anoche. "Sólo faltó que a Llop le creciera el jopo", dijo, exultante, uno que apuraba la salida porque lo esperaban en su trabajo nocturno. Quizás ése hubiese sido el único milagro que le faltó a esta goleada perfecta de Racing contra Central, a este contundente rendimiento plasmado en el resultado, en el juego y en el ánimo.
Desde que le den un penal después de 41 partidos -el último había sido el 2/9/07, 1-1 ante River- hasta que el Enano Moralez meta un gol de cabeza (anulado, finalmente, aunque no dejó de ser un logro del chiquitín haber cabeceado con justeza palermeana), todo salió bien. Esta vez no hubo oscuros duendes que jugaran en contra ni nada que 22 pies y 11 cerebros no pudieran manejar. Si algún hecho infortunado ocurrió, le pasó a Central, no a Racing que destrozó a su rival de punta a punta del partido: en un puñado de minutos lo liquidó a fuerza goles y después tuvo actitud de sobra para seguir buscando aun con marea a favor, sin sacar la pierna y sin cancherear abusándose de la decadencia ajena. Con tres goles de ventaja y un jugador más, el equipo se encontró en un momento del segundo tiempo con seis hombres en posición de ataque, listos para presionar y querer más. Un ejemplo de aquella frase común que dice que el que quiere, puede.
Y Moralez parecía dolorido pero seguía corriendo, jugando y haciendo jugar, aportando su alta calidad, la que muchos esperaban a comienzo de año, para el Clausura pasado, pero que llegó a pleno en este Apertura. En diferido, pero vale y mucho; igual que los huevos de Zuculini, un metedor con espíritu en estado puro, un guerrero que puede despertar simpatía por trabar con la cabeza, aunque su mayor virtud está en que jamás renuncia a una jugada: para recuperarla o seguirla, aun llevándose por delante a los rivales, como en el primer gol. O en el orden de Yacob, infiltrado por una lesión en sus aductores. En el vamos, vamos los pibes, en definitiva, se apoyó esta estructura aplanadora.
Ni siquiera el penal inventado por Collado (en realidad, se lo indicó mal Claudio Roucco, su asistente dos) Racing se sintió sacudido. Y si algún fantasmita sobrevoló por Avellaneda, como cuando alguno amagó con recordar aquel 3-3 con Lanús que era 3-0, el viento se lo llevó rápido hacia otro rumbo. No había margen para malos pensamientos. Racing volvía a jugar bien y, como en la fecha pasada ante River, era contundente (el último registro de cuatro goles era ante el Godoy Cruz de Llop en la última fecha del Clausura 07). Y como hacía rato no pasaba, todos se fueron a sus casas con la ansiedad de aguardar la llegada de la próxima fecha para seguir gozando. Quiero más y lo quiero ya, podrían decir frenéticamente, adictos al fútbol que les dio su cuadro. ¿Que faltan dos semanas porque hay receso? Serán días, entonces, para gastar sin ser gastados y disfrutar. Sólo para eso. No es poco, va a estar bueno.