viernes, 3 de octubre de 2008

De: Diego Armando, a quien corresponda


Barrado liquidó la serie, el hijo de Maradona festejó el triunfo desde la tribuna y Simeone sonrió otra vez.

El Diego que no es Armando y los dos Armando que sí son Diego se fueron igual de satisfechos. Barrado porque metió un gol importante que le hace recuperar terreno en un equipo que cualquiera pasa, sin despeinarse siquiera, de colgado a titular indiscutido y viceversa. Sinagra -el hijo reconocido a medias por el Diego Armando más famoso- porque hizo en un día más notas que en toda su vida anterior y porque pudo ver in situ ganar a su querido River y darle, así, una patada al hígado al fana de Boca de su padre. Finalmente, el Diego que sí está armando el equipo puede edificar este nuevo River sobre la base de una victoria, que le permite por fin dejar de cambiar al tun tun porque nada parece funcionar. Anoche, por lo menos, algunas verdades terminaron de pie.

Este equipo de Simeone se despojó de todo su pasado. Hizo un bollo con el esquema, el estilo, las formas, los tics y lo rompió como quien destruye las cartas de un amor agridulce que se fue. Y en la búsqueda, muestra cosas del equipo que fue y del que quiere ser, porque por más que pase por la peluquería y el cirujano plástico hay rasgos que no los borran ni la tintura ni el bisturí. El nuevo River apuesta más por la prolijidad y el criterio que por el ímpetu y la presión. Y es muy raro ver un equipo de Simeone sin el vértigo como bandera. Es como Bilardo adhiriendo al libre albedrío o Menotti renunciando al achique. Si el River anterior hacía mal en jugar siempre a 120, éste tampoco acierta cuando se clava en 40 por el carril rápido. Ojo, el velocímetro empezó bien: arrancó a 60, subió a 80 por los costados y metió aceleración para confundir a un Defensor mareado con tanto chiquitín dando vueltas por el área. Eso sí, Abreu jugó casi siempre con el freno de mano a tope...

Ferrari fue el más veloz de todos cuando madrugó a Ariosa y clavó un zurdazo en el ángulo. El partido estaba a pedir de goleada, pero este nuevo Millo sacó rápido la calculadora. En su postura neoconservadora, se tiró atrás cuando la noche daba para soltar palomas. Y de golpe le sobró Buonanotte (¿qué hacía jugando de tres?), Abreu pasó del área al centro del campo y Rosales, pensado como un ocho-siete-nueve terminó siendo un volante raspador que no raspa y su presencia se desvirtuó. Y el que pasó a tener la pelota fue el equipo uruguayo, que de golpe se encontró generando peligro y haciendo lucir a Ojeda. ¿River se paró de contra? Tampoco, porque para contragolpear hay que presionar y quitar, y el equipo de Simeone venía de fábrica sin recuperadores (a excepción de Ahumada) y arrancaba la jugada más cerca de su arquero que del rival.

Simeone corrigió el acelerador en el entretiempo y el equipo volvió a tener cierta continuidad de ese ataque prolijo y constante que parece ser su nuevo horizonte. Hizo bien en apoyarse en sus dos laterales, un arma que si la explota más seguido le dará satisfacciones y desahogo por el siempre congestionado eje central. Ferrari metió un centro, Abreu la bajó y Barrado definió la serie, más allá del descuento tardío de Defensor. Para que festejen los dos Diego Armando y el Diego armando el equipo.